Por Tito Caro
Leo que las tilapias están domesticadas, por aquí. Las tilapias nadan en viveros artificiales, pensados para ellas. Te cuento esto, lector porque hace unas noches salí con J. R. y fuimos a comer al Mburicao. J. R. tiene una manera muy especial de encarar la vida y la noche. Me dice que la vida es divertida y que la noche es un misterio. Dice esto, no explica nada y se ríe cuando busco entender más. J. R. es amiga de mucho tiempo y porque la conozco bien me sorprende siempre.
Fuimos al Mburicao. No tenía ninguna idea preconcebida sobre qué podría encontrar en su mesa. Era noche de algún fresco, con trozos de otoño en el aire. Nos sentamos y mientras miraba la lista de sugerencias, me encanté con el pescado. El menú no decía mucho pero ocurrió un amor a primera vista y pedí que lo trajeran para las presentaciones formales. Contagié mi entusiasmo a J. R y ella anunció que también estaría a gusto con el pescado. J.R pidió que viniera con camarones metidos en el cortejo. Yo lo quise solo, como me contaba él que llegaría.
Gran pescado, lector. Supo hacerse esperar sin abusar de nuestra paciencia. La cocina le puso traje de salir y mostró al animal cómo tendría que actuar. El jefe de cocina habrá sido pescado en algún momento de la vida. No te puedo explicar de otra forma la eficiencia de la lección. No, perdón, no fue lección, lo que el mago de la cocina transmitió a la tilapia, fue vivencia. Con más razón te digo que habrá sido pescado, el hombre.
La tilapia era joven, tenía carnes blandas. La aparente contradicción puede sugerirte una mentira. Pero no hay mentira: la juventud y las carnes duras, son invenciones de academias de gimnasia que pasan lejos de los restaurantes. En la mesa, hubo tilapia de cuentos de hadas. La que estaba en el plato de J. R., me dijo J. R. y comprobé yo, era tan magnánima como la mía. Serían hermanas siamesas. Los camarones del cortejo se portaban con decencia. Digo esto porque muchas veces, los camarones hacen el papel de nuevos ricos en un plato común. Hay gente que los hace venir para acompañar a sujetos que no tienen gracia cuando están solos. No creo que el camarón se deba prestar a este papel indigno. El camarón no sale con cualquiera y no hay que pedir que acompañe a cualquiera. En el plato de J. R. se portaba bien, sabía acompañar a la estrella de la noche, a la reina tilapia.
Lector, fue noche de grandes descubrimientos. Descubrí, por ejemplo, que en ciertos viveros que hay en el país, nacen bichos con alma ancha, capaces de brillar en cualquier mesa. La tilapia no es el lenguado, lector. Hay seres de agua más dotados que la tilapia. Pero esta que encontré en el Mburicao es digna de ser aplaudida de pie. Con derecho a ovación. Te recomiendo y cuentas.
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(N. de la R.) Este comentario fue publicado originalmente en el perfil que Tito Caro posee en Facebook y se replicó en este espacio con su consentimiento.
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