Por Daniel Fassardi
La vida siempre tiene sorpresas agradables. Y la que que voy a narrar en este texto ocurrió no hace mucho, una noche cualquiera, en la que un viejo conocido que tengo en la copa volvió a lucirse. 
S. y yo andábamos con ganas de encontrarnos. No lográbamos coincidir debido a las ocupaciones que a todos nos mantienen atados como esclavos. Y esa imposibilidad de emprender una nueva aventura de sabores y texturas con mi partner favorita ya estaba poniéndome de mal humor.
Pero los astros alinearon, los dioses se apiadaron de nosotros y, ¡oh sorpresa!, la casualidad (o causalidad, vaya uno a saber) nos sentó en distintas mesas de un mismo café al final de una extrañamente fresca tarde de octubre. 
Saludo cordial (ambos teníamos reuniones laborales) y sonrisa cómplice. Miradas furtivas. Mensajes socarrones vía WhatsApp. ¿El resultado? El inevitable encuentro que se nos venía negando. Así, luego de un stop para comprar algo apresurado, nos dirigimos a mi departamento para vivir una de esas veladas que tanto apreciamos ambos.
Una vez más el paso previo fue en “Sabores de mi tierra”, nuestro fast food de cabecera, para llevar las muy ricas empanadas chilenas y de lomo salteado.
Y hubo descorche en mi casa, por supuesto. 
Llegó a nuestras copas el protanosita de este relato, un Cabernet Sauvignon chileno que es bastante diferente a lo que nos tiene acostumbrados la viticultura trasandina. Su nombre es Santa Helena 100+ Parras Viejas y su cosecha, la 2013.
¿Con qué nos encontramos? Con un vino que me tuteó de entrada y que siempre resulta un placer reencontrar. Su color es rojo rubí, muy brillante, con ribetes violáceos. En su nariz, intensa, se percibe complejo y surgen notas frutadas y especiadas, con un muy leve toque al pimiento rojo que tanto se siente en los Cabernet chilenos, más algo de chocolate. Entra en boca con un punto de leve dulzor; es redondo, de muy buena acidez y taninos suaves, en su final largo y agradable surgen recuerdos a chocolate.
Este vino se elabora íntegramente con uvas que se cultivan en el corazón del Valle de Colchagua y que provienen, tal como su nombre lo indica, de cepas muy viejas que ya tienen más de 100 años de vida. 
Realmente, fue un gran compañero de las empanadas e incluso un enorme potenciador de nuestra charla. Tardamos poco en firmar el acta de defunción de la botella. 
Luego, mientras descorchábamos el espumante con el que dábamos por clausurada la primera parte de la velada llegamos a una conclusión: Parras Viejas será un asiduo compañero de copas y charlas, sin dudas.
¿Que cómo continuamos? Hay cosas que no pueden ni deben contarse, queridos amigos. 
¡Salud, y hasta la próxima!