Por Daniel Fassardi

Si hay algo que realmente me produce placer es llegar a mi departamento, encender el acondicionador del living, enfriar un buen vino tinto, preparar algo rico para picar y, como cereza que corona ese combo, abrir la puerta de mi humilde morada a la siempre bienvenida S., gran amiga que la vida me ha obsequiado para ser cómplice de todas mis aventuras que me llevan a comer y beber de un modo que jamás creí fuera posible.

El protagonista de este relato es un vino, claro está, mientras que los seres humanos aquí mencionados apenas somos meros personajes secundarios. Lo concreto es que ayer nomás tuve la oportunidad de echar mano a una etiqueta que había conocido en la última Expo Vino, un blend de la australiana Penfolds que me había dejado meditabundo, ya que me descolocó con lo que me encontré en la copa. Me gustó, aclaro. Pero eso no significa que no haya meditado mucho sobre la experiencia.

Me refiero puntualmente al Penfolds Bin 8 Cabernet Shiraz, en este caso un ejemplar de la cosecha 2011

Esta nueva oportunidad, entonces, la tomé como la posibilidad de volver a estudiar un producto que en verdad me intrigó.

¿Con qué nos encontramos? Con un muy buen vino que seduce por las notas que se aprecian en nariz, donde aparece, y mucho, la fruta, más delicados toques especiados y un leve dejo de pimiento rojo. Sin embargo, su fuerte está en la boca: dulzona, amable y sedosa, donde aparecen con fuerza los toques frutales y unos muy agradables dejos a mermelada de frutos rojos y un leve picor al final, que le suma encanto.

La conclusión a la que llegamos con S. es que se trata de un vino para tomar copa a copa, lenta pero firmemente, hasta que se acabe la botella. De más está decir que eso hicimos. Y luego pasamos a otros descorches, aunque claro, ese es otro tema.