Por Alejandro Sciscioli

Hay muchas maneras de contar las historias. Se puede comenzar por el final, recurriendo a flashbacks que ayudarán al lector a comprender lo que ocurre. Se puede apelar a una técnica que combine relatos lineales con narraciones restrospectivas. Y también se puede recurrir a narrar los hechos de un modo cronológico.

En este caso puntual, y muy en contra de mi estilo de redacción, renunciaré a cualquier recurso literario y trataré de ceñirme a la crónica más simple para narrar, de principio a fin, el viaje que del 8 al 23 de febrero me tocó vivir como parte de un grupo de periodistas latinoamericanos, invitados por Wines of Argentina (Wofa) para recorrer las principales zonas vitivinícolas del país y, al mismo tiempo, ser observadores internacionales de los Argentina Wine Awards (AWA), algo así como los premios Oscar del vino en el vecino país.

En este artículo me centraré en el primer capítulo: viaje a la provincia de Salta para conocer la Bodega Colomé, un establecimiento con más 180 años de rica historia. Pero esto recién empieza, ya que el derrotero nos llevó en días posteriores a Cafayate, también en tierra salteña y, luego, a Neuquén, Río Negro, San Juan y Mendoza.

Tocamos tierra salteña el día lunes 10 de febrero, luego de dos días fantásticos en Buenos Aires, que incluyeron cena en el laureado Hernán Gipponi Restaurante, city tour y show de tango.

El grupo latinoamericano, vale aclarar, estaba compuesto por seis comunicadores del vino y la gastronomía: este servidor representando a Paraguay, más una colega de Venezuela, dos expertas de Perú y dos periodistas de Colombia (uno de ellos coordinador del “team”, encargado de relaciones públicas para Latinoamérica de Wofa).

Fuimos recibidos y guiados durante toda la estancia salteña por Patricia Cruz, encargada también de conducir una de las dos camionetas 4x4 que nos llevaron por sitios de ensueño.

“SAGTA”. En ruta, Patricia fue comentando algunos detalles de la provincia. Explicó que la ciudad de Salta se encuentra a 1.187 metros sobre el nivel del mar y, además, comentó los posibles orígenes de tan pintoresco nombre: una versión señala que el vocablo devenía de los tagaretes (canal o cauce natural de agua), pantanos y zanjones que abundaban por entonces en el valle donde hoy se asienta la ciudad, a los cuales se debía la necesidad de saltar para sortearlos; luego se relacionó al vocablo aymara “Sagta” (lugar hermoso); hoy, muchos desestiman estas versiones, pues se cree que fue el nombre de una comunidad aborigen que habitó el territorio de la actual capital la que dio el nombre a la ciudad y luego a la provincia.

El trayecto fue algo accidentado desde lo geográfico: ya fuera de las rutas asfaltadas, los caminos de montaña subieron y bajaron, plantearon curvas y contracurvas, entraron y salieron de valles, así como también atravesaron cuestas, pueblecitos apacibles y hasta lechos de ríos. El punto más alto que se cruzó fue en la Cuesta del Obispo, en un paraje conocido como Piedra del Molino, adonde la altura llega a los 3.457 metros.

A la hora fijada llegamos a la Bodega Colomé, institución que toma el nombre de la localidad homónima, adonde fuimos recibidos por Connie Rearzi, ejecutiva de la empresa que se encarga de atender los más diversos aspectos, entre ellos atención al turismo.

La recepción fue óptima: una copa del fresquísimo Lote Especial Misterioso 2013, un assemblage blanco muy fresco y expresivo en el cual al Torrontés se lo nota desde la primera nariz. Sin embargo, no es posible detectar las otras cepas de su composición.

MÁS DE 180 AÑOS DE HISTORIA. Bodega Colomé fue fundada en 1831 por el entonces gobernador español de Salta, Nicolás Severo de Isasmendi y Echalar. Años después, en 1854 su hija Ascensión contrajo matrimonio con José Benjamín Dávalos.

Así, Colomé perteneció a las familias Isasmendi-Dávalos a lo largo de 170 años. En 1969, la familia Rodó adquirió finca y bodega, y la conservó durante 13 años. Raúl Dávalos, descendiente directo de la familia Isasmendi-Dávalos, recuperó la antigua granja de la familia en 1982 y la conservó hasta que el Grupo Hess la adquirió en el año 2001.

MUSEO JAMES TURRELL. La bodega Colomé es propiedad de Donald Hess, magnate suizo del vino y célebre coleccionista de arte que es heredero de una larga tradición vitivinícola en el Viejo Mundo y, hoy, posee diversas bodegas y fincas fundamentalmente en el Nuevo Mundo.

Pero ell primer paseo no fue entre viñedos, sino entre las metáforas de una muy particular colección de arte que se encuentra en la finca, perdida en un impresionante marco pleno de montañas, verde y el maravilloso silencio de la naturaleza. Se  trata del Museo James Turrell, un artista que solamente trabaja en instalaciones con las cuales estudia y analiza la luz.

De acuerdo a la página web de Colomé, “el Museo James Turrell pertenece a The Hess Art Collection y fue abierto en el año 2009. Se encuentra dentro del predio junto a la bodega y la estancia. Es el único en el mundo dedicado específicamente a la obra de James Turrell que es uno de los artistas contemporáneos más aclamados dedicado a la luz y al espacio. Las piezas de arte representan cinco décadas de carrera del artista como en un túnel del tiempo; y son exhibidas en nueve salas de luz especialmente adecuadas en un espacio de 1.700 m2”.

La experiencia sensorial vivida en el lugar dejó boquiabierto a todo el grupo.

LA CENA. Alojados ya en la casa de huéspedes de la bodega, los viajeros vivimos la primera degustación de la noche, guiados informalmente por el enólogo de la casa, Thibaut Delmotte, un francés de risa fácil y carácter afable que hace unos vinos formidables.

Entre copa y copa fueron llegando los platos: Sopa fría de remolacha con queso de cabra; Pasta fatta in casa con pesto verde; y Tartaletas de limón.

¿Los vinos? Cinco etiquetas, todas de Amalaya, que es una marca masiva que la compañía elabora en una finca también ubicada en el Valle Calchaquí, donde se encuentra Colomé.

Amalaya Torrontés 2013. Compuesto por 85% de Torrontés y 15% de Riesling, este vino fue el compañero ideal del aperitivo de quesos y embutidos que se sirvió antes de la cena. En nariz es delicado, con notas a fruta blanca y pomelo, más un leve toque floral, mientras que en boca posee una divertida vivacidad, gran frescor y equilibrada acidez.
Amalaya Rosado 2013. Se trata de un vino con sorpresa, que posee 95% Malbec y 5% de Torrontés. Es muy interesante, con mucha fruta en nariz (frutilla) y un delicado toque floral; en boca resulta muy fresco, con buena acidez, al tiempo que surgen cautivantes notas retronasales a jazmín.
Amalaya Tinto 2013. Se trata de un corte de Malbec (80%), Cabernet Sauvignon (10%), Syrah (5%) y Tannat (5%). De nariz compleja y elegante, surge mucha fruta roja, más toques a mermelada, especias, pimienta y pimiento rojo. En boca es fresco, con buena acidez y gran equilibrio, redondo. Para disfrutar copa a copa.
Amalaya Gran Corte 2011. Está compuesto de 85% Malbec, más un 15% que incluye Cabernet Franc y Bonarda. De color rojo rubí muy profundo y brillante, se presenta complejo en nariz, con notas a fruta negra, especias, pimienta, chocolate, clavo de olor y un recuerdo mentolado. Entra en boca con gran personalidad; rápidamente se siente su gran acidez, así como un cuerpo importante. En retronasal retornan las notas mentoladas.
Amalaya Dulce Natural 2013. Otro vino de corte, también compuesto de 85% Torrontés y 15% de Riesling. En nariz es muy “infantil”, ya que me recuerda a los chicles de tuti fruti de mis años escolares, más fruta blanca y jazmín. En boca, su dulzor no empalaga y resulta muy fresco.

VIÑEDOS Y BODEGA. Al día siguiente, luego del desayuno recorrimos los viñedos de la mano de Andrés Höy, el agrónomo que trabaja codo a codo con Thibaut.

Höy comentó que Colomé, en total, posee 140 hectáreas distribuidas en 4 fincas, todas en Salta, para los proyectos de Colomé y Amalaya.

En Colomé, puntualmente, poseen 72 hectáreas plantadas de las cuales 10 son viñedos antiguos. De ellas, dos hectáreas pertenecen a viñas que datan del año 1830, cuando se fundó la casa de vinos. El 80% de lo plantado es Malbec, mientras que el 20% restante corresponde a Torrontés, Tannat, Cabernet Sauvignon y Tempranillo, entre otras variedades.

Höy destacó que el microclima de esa zona del Valle Calchaquí es crucial para lograr la calidad de sus vinos. Llueven apenas entre 120 a 150 milímetros anuales en Colomé y poseen 360 días anuales de sol, en promedio. Además, buenos vientos aseguran la sanidad de las uvas. También observó la gran amplitud térmica entre el día y la noche.

Asimismo puntualizó que para los vinos de Colomé no se compran uvas de terceros productores. “A lo sumo traemos Torrontés de Cafayate, pero se plantan en viñas propias”, aclaró.

Otro aspecto que destacó fue que en la finca trabajan de acuerdo con la filosofía biodinámica. Por ello, prestan especial atención a los ciclos lunares, entre otros muchos aspectos, y además nunca usan agroquímicos, “salvo para combatir a las hormigas, que son nuestro gran problema”, aclaró.

Dos curiosidades: ubicada a una altura de 2.200 metros sobre el nivel del mar, Colomé es la bodega más alta del mundo; además, sus viñedos ubicados a 3.100 metros son también los más elevados. De ellos saldrá Altura Máxima, el nuevo ícono de Colomé e hijo enológico de Thibaut.

Finalizado el paseo por la finca, Thibaut nos condujo por la bodega. Construida en el 2005, actualmente tiene una capacidad para procesar 800 mil litros de vino, contando con 70 tanques que van de los 5 mil a los 22 mil litros. En la sala de crianza poseen unas mil barricas y, al año, compran 100 barricas nuevas.

Asimismo, explicó que las levaduras para fermentar los blancos son comerciales, adquiridas en el mercado, mientras que los tintos son fermentados con levaduras autóctonas con la firme idea de transmitir lo que ese terruño salteño puede dar.

Entre barricas, el grupo tuvo un privilegio impensado: pudimos degustar el todavía inédito Altura Máxima Pinot Noir cosecha 2013, desde la propia barrica, que todavía es proyecto y no se sabe si llegará a embotellarse comercialmente. Aunque le falta crianza, nos encontramos con lo que ya demuestra ser un gran vino.

Y antes de pasar a la degustación, también sacados de las barricas, pudimos degustar y apreciar las diferencias de dos Tannat, uno proveniente de Cafayate y otro de Colomé.

ÚLTIMA DEGUSTACIÓN. Antes de partir a Cafayate, siguiente stop del itinerario, quedaban dos actividades por cumplir: la degustación de toda la línea de Colomé y el almuerzo pertinente.

Así llegaron a las copas los siguientes vinos:
Colomé Torrontés 2013. Este es un vino íntegramente compuesto de esta cepa, aunque se trata de un corte de tres alturas, todas en Cafayate: 1.700, 2.000 y 2.3000 metros. Tiene una finísima nariz, con gran equilibrio entre las típicas notas florales y frutales del Torrontés, donde surgen el jazmín, fruta blanca con carozo, lichi y recuerdos cítricos. En boca es pura frescura y vivacidad. Delicioso. Al final del viaje este mismo Torrontés fue premiado con un Trophy en los AWA.
Colomé Lote Especial Malbec 2012 (Viñedo La Brava, 1.700 msnm). Mucha fruta en nariz, con deliciosas notas a cereza y toques a mermelada. En boca entra con un suave dulzor y buena acidez, se desarrolla bien y termina agradablemente con toques retronasales frutados.
Colomé Lote Especial Malbec 2012 (Viñedo Colomé, 2.300 msnm). Con una nariz más compleja que el vino anterior, en este ejemplar aparecen la fruta roja, un toque floral y recuerdos a chocolate. En boca es fresco, de buen cuerpo, picantito. Con más personalidad.
Colomé Lote Especial Malbec 2012 (Viñedo El Arenal, 2.600 msnm). Subiendo en intensidad aromática, en esta etiqueta, además de la fruta negra aparecen notas a cerezas en licor, un dejo balsámico, especias y un toque floral bien presente. Su boca es fresca, picantita, de gran cuerpo y volumen; su final es largo y agradable.
Colomé Altura Máxima Malbec (3.100 msnm). Criado 24 meses en barricas de varios usos, este vino es un gran ejemplo de lo que la altura le aporta al Malbec. Su nariz es compleja y elegante, con notas a fruta negra, toques balsámicos, cerezas en licor, dejo floral, especias y pimienta. Su boca es excelente y enamora por su gran cuerpo y volumen, taninos dulzones y final muy largo y placentero.
Colomé Estate Malbec 2011. Se trata de un assemblage de los tres primeros Malbec single vineyard degustados esa mañana. Posee una nariz muy interesante con mucha presencia de fruta negra, más toques a especias, pimienta, chocolate y un rico dejo floral. Entra a la boca con fuerza y se destaca por su cuerpo y volumen; si bien los taninos están presentes, no molestan; picantito; largo final. Obtuvo medalla de plata en los AWA.
Colomé Auténtico Malbec 2012. En nariz se destaca por sus notas a fruta roja ya cocida y toques a mermelada. En boca es una gloria: entra dulcemente y resulta fresco, con gran equilibrio entre fruta y acidez, redondo, sedoso, picantito; su final es largo y agradable. También logró una medalla de plata en los AWA.
Colomé Reserva Malbec 2010. Se trata del ícono de la bodega, elaborado con uvas provenientes de viñedos que tienen entre 100 y 150 años. En nariz es expresivo y complejo, con presencia de fruta negra, especias, pimienta, cuero y dejos ahumados. Entra en boca con dulzura y amabilidad, aunque rápidamente se manifiestan su gran cuerpo, estructura y volumen; tiene un largo y delicioso final con recuerdos a chocolate. Otro vino de Colomé premiado con plata en los AWA.

Luego, sí, durante el almuerzo servido en la terraza contigua al restaurante de la bodega cada quien tomó el vino que más le gustó. Montamos las camionetas nuevamente con destino Cafayate, adonde llegaríamos esa misma noche.

En esta primera etapa nos quedó claro que el viaje sería más largo de lo que a priori podía apreciarse en los papeles. Todavía faltaban miles de kilómetros de trayecto, decenas de bodegas por recorrer y cientos de vinos que degustar.

Aún así, cada uno puso su mejor esfuerzo y, sin dudas, logró afianzarse un grupo en el cual la camaradería dio lugar a una amistar imperecedera.

En sucesivas entregas iremos puntualizando cada etapa, cada vino, cada impresión. El siguiente relato será sobre Cafayate, recorrido a pleno en apenas 36 horas.