Por Alejandro Sciscioli

No estoy descubriendo la pólvora si afirmo que, cuando nos encontramos ante un buen vino, lo usual es que queramos disfrutarlo. Sin embargo, tal afirmación encierra una verdad irrefutable, ya que ello es exactamente lo que todos hacemos cuando estamos ante ese vino que nos gusta y nos invita a seguir degustándolo copa a copa.

Recientemente, y por diversos motivos, tuve ocasión de encontrarme en reiteradas oportunidades en la copa ante el Aresti Trisquel 2008 Syrah, uno de esos vinos chilenos que entran al cuerpo mediante el olfato y el paladar, pero que se te quedan instalados en la memoria debido a su gran calidad.

La última vez fue durante un encuentro entre amigos que hicimos en casa, algo informal pero no desprovisto de lo más importante: buen vino para agasajar a las buenas compañías.

Y me sentí gratamente sorprendido cuando uno de ellos se vino cayendo alegremente con esta etiqueta. Fue por ello que interrogué al impensado protagonista de esta historia, chileno él, sobre los motivos por los cuales se decidió por esa botella y no otra. Me dijo, simplemente, que decidió comprar esa marca en particular debido a que le habían hablado muy bien de ella. Gran explicación.

¿Y con qué nos encontramos? Con un vino de color rojo rubí con ribetes granates, limpio, brillante y de lágrima muy densa. Su nariz es un lujo, con notas a tierra mojada, un toque de anís, mineral, fruta roja en compota, uva pasa, incienso y toques salinos. Tiene una entrada suave y sedosa en boca, buen paso y buen volumen, con retrogustos minerales y a fruta en compota, recuerdos a Porto y un toque picantito. Sí, en Chile está dándose muy bien el Syrah.

No tenía un sommelier a mano a quien consultar sobre el maridaje ideal para este vino, pero las empanadas chilenas y de lomito salteado que estábamos comiendo de “Sabores de mi tierra”, cayeron perfectamente bien.

En resumen, creo que este gran hijo de Chile merece un lugar en tu copa para que puedas disfrutarlo, como nosotros, copa a copa.