Por Alejandro Sciscioli

Para cualquier persona, hablar del terruño significa apelar al recuerdo, a la nostalgia, al sano ejercicio de recordar quiénes somos y de dónde venimos. Al referirse a ese pedazo especial del mundo del cual proviene, seguro que a esa persona se le ilumina la cara y se le pinta una sonrisa. Es que, quién más, quién menos, siempre tiene un lindo recuerdo al rescatar de la memoria esa tierra natal que los vio llegar al mundo para salir adelante en esta maravillosa aventura llamada vida.
Si entramos en definiciones, el diccionario de la Real Academia Española, en una de sus acepciones, explica que la palabra significa “comarca o tierra, especialmente el país natal”. Entonces, al hablar de terruño nos referimos a nuestro origen.
Como sabemos, el terruño siempre es importante cuando hablamos de vinos. Saber de dónde viene una etiqueta nos da pistas de sus características, aunque siempre, claro, el producto que está en la copa tiene “la última palabra”.
Recientemente tuve el placer de volver a degustar un vino que, personalmente, me gusta mucho. Su nombre es, precisamente, Terrunyo, esa gran etiqueta elaborada por la Viña Concha y Toro.
En honor a la precisión diré que el Terrunyo en cuestión fue nada menos que un Carmenere 2007, una gran combinación de la cepa insignia del país trasandino con una cosecha considerada histórica debido a la enorme calidad de la producción lograda por toda la industria vitinícola chilena ese año.

MEMORIA. Siempre es bueno ejercitar la memoria, y más si se trata de un vino degustado. Por eso, apelaré al recuerdo y no a unas notas de cata, ya que este Carmenere fue servido en una cena entre amigos.
Que son muy buenos amigos no creo que haga falta aclararlo, ya que sabían lo que estaban sirviendo: sí, mi esposa y yo fuimos agasajados por un matrimonio amigo que entiende mucho de vino y decidió compartir con nosotros su buen gusto.
Su origen está muy bien descripto en la propia etiqueta: Block 27, Viñedo Peumo, Valle de Cachapoal. Así no queda ninguna duda con respecto a su chilenidad y el lugar donde nace, año a año, racimo a racimo.
Verlo es un espectáculo: rojo oscuro, profundo y brillante, con algunas tonalidades violetas a pesar de su edad. En nariz es espléndidamente complejo, con deliciosas notas a fruta roja madura, especias y pimiento rojo, mientras que en boca presenta una muy buena estructura, gran equilibrio, un ligerísimo dulzor, ricas notas a café y un largo final.
En pocas palabras, un vino para tomar y seguir tomando.