Por Daniel Fassardi
Me gusta escribir. Es un ejercicio que me permite sentir una libertad infinita. Cuando pongo los dedos en el teclado y observo la página en blanco, al contrario de lo que ocurre con muchos colegas, en lugar de sentir el terror de no estar a la altura de lo que el lector espera, siento una emoción única que luego se transforma en el indomable desafío de derrotar esos espacios sin letras.
Sin embargo, cuando debo escribir para algún medio de comunicación tomo el compromiso de no extenderme demasiado. Y claro, también me siento obligado a evitar los excesivos recursos literarios. Pero hoy creo que fallaré en parte a esa promesa.
Sucede que me topé con uno de esos vinos que alegran el paladar y reconfortan el espíritu. Que le susurra historias a tus sentidos mientras te seduce despacio, invitándote a que una copa lleve a la otra hasta llegar al final de la botella. Y luego recomenzar ese ritual pleno de sensualidad con un nuevo descorche.
Sí, una seductora historia sin fin.
Con la etiqueta Alma Negra Pinot Noir, protagonista de este relato, ya éramos viejos y queridos amigos. Cada vez que volvíamos a encontrarnos en la copa el resultado era el mismo: placer puro. Pero en la última reincidencia algo pasó que contribuyó a que la experiencia se potencie en grado sumo.
Nuevamente S., la amiga que me acompaña en todo tour y aventura que tenga relación con la gastronomía y/o el vino, tuvo la grata idea de llamarme para compartir velada, botella, comida y conversación. Así es, el combo perfecto (al menos para mí). Y este caro amigo vitivinícola se lució especialmente bien acompañando unos capeletis rellenos con carne de pato que trajo S., ya hechos, de un lugar que no quiso precisar.
Elaborado por ese particular wine maker llamado Ernesto Catena, mitad genio mitad loco, este vino merece ser parte de la cava de cualquier wine lover de ley.
Y también merece ser respetado, esperado y luego, reverenciado. Necesita tiempo para expresar en copa todo lo que tiene para contar: gloriosa nariz con mucha fruta roja (especialmente cereza y frambuesa), recuerdos a mentol, más sutiles notas terrosas y a mermelada, mientras que en boca entrega todo lo que podemos esperar de un Pinot Noir, es decir, frescura, cuerpo medio, sedosidad y una voluptuosidad casi sexual.
Hurgando un poco por Internet me enteré de que las uvas con que se realiza este vino se cultivan en Tupungato, una de las zonas más conocidas del cada vez más famoso Valle de Uco, en Mendoza, Argentina, a una altura de alrededor de 1.300 msnm.
Bebido despacio, con la compañía indicada, sabe a gloria. Por ello, aunque este vino tenga su Alma Negra, bien puedo asegurar que su esencia es pura luz, claridad y elegancia, ya que nos encontramos ante un producto único, franco, que no miente en lo más mínimo. Te promete Pinot Noir y exactamente eso es lo te encontrás en la copa.
Bebido con S., Alma Negra Pinot Noir, como nunca antes, logró transportarme a sitios que ningún caballero de ley puede ni debe contar.
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