Por Daniel Fassardi
Últimamente ando muy interesado en el Pinot Noir. Ya pasaron por mi copa varios ejemplares argentinos, unos poquitos chilenos, un maravilloso Borgoña y hasta un neozelandés. ¡Y espero seguir incursionando más! ¿Será una etapa o mis gustos, después de tanto vino, se están por fin refinando? Parezco una criatura: Pinot que veo, Pinot que quiero descorchar…
Con semejante introducción, está más que claro que el digno protagonista de esta historia es un vino de la cepa señalada, puntualmente un muy buen hijo vitivinícola de Chile que conocí hace muy poquito gracias a que mi cómplice de correrías, la siempre bien ponderada S., se encontró en un punto de venta con el Marqués de Casa Concha Pinot Noir 2012. Y sabiendo ella que me encuentro en plena fase “pinotesca”, decidió comprarlo para que, juntos, podamos degustar y emitir una opinión.
Como siempre ocurre, un simple mensaje de WhatsApp alcanzó para saber que me esperaba algo bueno al cierre de la jornada, que se había presentado calurosa por demás. Esperé entonces a mi partner en casa y, a la hora señalada, ella llegó con la botella prometida.
Ya había tenido el placer de conocer a otros vinos de la línea Marqués de Casa Concha, pero era mi primera vez con el Pinot. Entonces, antes del ritual del descorche y mientras ponía la botella en una champañera para bajar su temperatura, me interné en el sitio oficial de Concha y Toro, la viña chilena responsable de elaborar esta etiqueta, para conocer más datos sobre el vino.
Su denominación de origen es Valle del Limarí, que es una zona productora que se encuentra bien al norte del país trasandino, que ostenta un “clima costero, fresco, debido a su gran cercanía al océano Pacífico (25-30 km). La zona se caracteriza por recibir una mayor radiación que otros valles. Este efecto está atenuado por neblinas de la mañana, lo que permite que los racimos puedan madurar lento y de forma óptima”, según explica el sitio oficial de internet de la bodega.
Sobre su crianza, se señala que el vino reposó durante 14 meses en barricas de roble francés.
¿Con qué nos encontramos? Con un vino de un color rojo rubí bastante más profundo que otros Pinot Noir, muy brillante. En su nariz, de intensidad alta, se pueden apreciar muy claramente frutos rojos (especialmente cerezas), más unos sutiles toques terrosos y a chocolate. En boca sorprende porque tiene más cuerpo que un Pinot promedio y, también, una estructura que se siente, aunque vale aclarar que tales factores son virtudes ya que aportan personalidad al vino; resulta fresco y de buena acidez; presenta un final largo con deliciosos retrogustos a cerezas, frutilla y un leve dejo a chocolate.
Sin dudas, un vino que quedará en mi memoria y que volveré a descorchar o antes posible.
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