Por Daniel Fassardi
Últimamente ando muy “pinotero”. Con ello quiero decir que todo Pinot Noir que encuentro cerca lo pruebo y, por lo general, lo disfruto con mucha alegría. Conociendo esta faceta vinera por la que estoy atravesando, mi amiga S. decidió sorprenderme, trayéndome de regalo una botella que compró en un reciente viaje por Ciudad del Este.
El timbre del departamento sonó sorpresivamente, aunque por la hora estaba seguro de que era ella, y no me equivoqué. Muy amablemente llegó con la típica bolsita que se utiliza para regalar vinos, de color naranja, que su exterior decía “Caminos del Vino” (que es el nombre de la firma que representa y comercializa la marca en el país). Y en su interior había un ejemplar de Las Perdices Reserva Pinot Noir 2014, que inmediatamente puse a enfriar para su respectivo descorche.
Y mientras ello sucedía puse manos a la obra para preparar algo de comer que pudiera acompañar al vino. No había mucho en la alacena, lo que no es raro si nos encontramos en un departamento de soltero. Aún así me las ingenié para preparar algunas bruschetitas que preparé con aceite de oliva, quesitos, aceitunas y alguna pastita para untar.
Descorchada la botella y con el vino ya en la copa, procedí primero al análisis. A la vista presenta un color rojo rubí, brillante, de intensidad media (lo que es muy típico de la variedad). En su nariz elegante y agradable aparecen aromas a cereza y frutilla, más delicadas trazas que recuerdan crianza en madera (luego, al leer su ficha técnica, me enteré que tiene una crianza de 12 meses en barricas francesas nuevas). En boca, finalmente, es puro placer: seco, de fresca acidez, delicado, con taninos y cuerpo medios, y un final delicioso que invita al siguiente trago.
Acto seguido entré a internet para saber más de la bodega. Se asienta en la tradicional región mendocina de Luján de Cuyo, donde además están cultivados todos los viñedos de donde salen las uvas con las cuales se elaboran los vinos de Viña Las Perdices.
Como no puedo con mi genio, casi terminé suplicando a S. me cuente cuánto pagó por el vino. Ya sé que es de muy mala educación preguntar el precio de un regalo. Pero quería establecer la relación precio - calidad. Y la verdad es que quedé gratamente sorprendido: no llega a los 20 dólares.
Luego del análisis y de informarnos sobre la bodega, nos dedicamos a terminar la botella, siempre con la maravillosa charla que se genera cuando S. me acompaña, todo matizado con sugerentes melodías de jazz sonando en el fondo.
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