Por Augusto Daniel Román
 
Esta es seguro una de las preguntas más hechas a los profesionales del mundo del vino. Normalmente la respuesta a este interrogante suele ser fácil y políticamente correcta: “El mejor vino es el que más te guste”, lo que no está alejado de la verdad pero no es del todo acertado.

Vamos a comenzar diciendo que un buen vino está conformado por una serie de factores, y que la ausencia de uno de ellos suele ser determinante para descalificarlo. 

Primero que nada debemos saber que nuestros sentidos funcionan gracias a nuestros recuerdos. Cuantos menos registros tengamos de los componentes que son sinónimo de calidad en los vinos, menor será nuestra exigencia con ellos. Por eso es importante entrenar siempre los sentidos: la cata de vinos es la columna vertebral de todo sommelier, costumbre que debería ser también adoptada por todo consumidor, ya que es la única manera de acumular experiencias.

Entonces, ¿qué debo buscar en un buen vino? Un vino debe ser equilibrado, ante todo. Decir esto es como no haber dicho nada. Por eso vamos a ir citando algunos elementos que no pueden faltar en un vino.

COLOR. Si analizamos el color más allá de los matices y tonalidades que podamos encontrar, lo que debe importarnos a la hora de valorar un vino es la viveza y el brillo que desprende. El color o la lágrima pueden darnos información importante, pero nunca serán determinantes para establecer la calidad o el estado del producto. También hay que decir que un vino con mucho brillo y vivaz no necesariamente es un buen vino, sin embargo un vino opaco o velado, es muy probable que esté en mal estado o haya sido mal elaborado. 

El vino es el jugo fermentado de la uva, proviene de ella, por eso los elementos frutales deben estar muy presentes en él, a no ser que se trate de algún vino rancio como los olorosos o los amontillados. Tanto si es un vino joven o de guarda, la frutosidad debe ser una condición indispensable para hablar de un buen vino. Un vino de crianza que no tenga aromas frutales será considerado un vino mal elaborado.

BOUQUET. El bouquet es la conjunción de los aromas varietales o primarios procedentes de la uva, los secundarios (procedentes de la fermentación o fermentaciones) y los terciarios procedentes de la crianza en depósitos de madera y la reducción.

En un vino joven no podemos hablar de bouquet porque este tendrá solo aromas frutales y de fermentación, los aromas terciarios, por supuesto, al no ser criados, no estarán presentes. Aunque hay profesionales que llaman a estos bouquet secundarios. En todo caso la calidad de un vino la medirá la integración de todos sus aromas en un equilibrio armónico y complejo. 

En la boca es donde el tan mentado equilibrio debe ser patente. Sobre todo por qué ahí es donde las sensaciones táctiles y gustativas pueden hacer que beber sea una actividad placentera o que esta se torne en una tarea imposible.
El equilibrio en boca se mide sobre todo por la armonía que existe entre la acidez y los otros sabores (dulce, salado y amargo).

TANINOS. Los taninos son sustancias que están presentes en todos los vegetales, y que son amargos y astringentes. La astringencia es esa sensación de sequedad que se nos queda en la boca después de, por ejemplo, masticar la piel de algunos vegetales, como el durazno o la misma uva.

¿Qué hace la acidez en la boca? La acidez provoca la salivación. Lo que ocurre es que como los taninos van a coagular la saliva y darán esa sensación de sequedad en las paredes bucales, la acidez debe encargarse de estimular las glándulas salivales para que estas vuelvan a lubricar la boca, y no se nos quede esa sensación rasposa en la cavidad bucal. No obstante existen grandes vinos en los que la tanicidad es una característica intrínseca, como en los vinos italianos de Barolo y Barbaresco, que mayoritariamente están elaborados con la uva Nebbiolo. Son vinos muy singulares y tenemos que valorarlos con esos taninos, que en muchos casos se “redondean” con el tiempo en botella.

EL FACTOR TIEMPO. En los grandes vinos los taninos se vuelven más suaves con el tiempo, de allí famosa frase de que un vino viejo es mejor. Pero ya sabemos que esto no lo podemos aplicar en todos los vinos y que ese tiempo tiene un límite.

Los taninos también son los responsables de dar longitud al vino, trazando un rastro en toda la lengua. Cuanto más lejos llegue ese “camino” en la lengua, hablaremos de un vino largo.
Por último, al tragar el vino debe dejarnos rastros aromáticos en la boca. Esto se conoce como post-gusto y contribuye a la longitud del vino. Un vino malo, por más que haya sido manipulado, nunca presentará su final como un buen vino. 

Existen otros componentes que nos darán equilibrio en la boca:

- Alcohol: la carencia de alcohol nos hace percibir un vino sin vida, acuoso. Este componente del vino es lo que le da volumen, lo que comúnmente se conoce como cuerpo. 

- Glicerina: En conjunción con el alcohol etílico nos da sensación sedosa y dulzona. El glicerol dará suavidad al vino. Un buen vino no puede picarnos al final de la boca, debe ser suave.

En general, si tomamos en cuenta estos factores podremos reconocer un buen vino. Este breve texto no intenta ser un curso de cata, y soy consciente de que toda la información puede resultar un poco abstracta. Por eso, una vez más estoy a su disposición para aclarar cualquier duda en mi cuenta de Twitter (@adeerre), en este mismo post, o a través del fan page de Parawine (facebook.com/parawine). 

Me despido hasta la próxima recordando una frase del director italiano Federico Fellini: “Un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador”.

¡Salud!